Insonmio por Anna Aromi

Quiero hablarles de los indignados. Este es el nombre que los medios de comunicación han dado a los participantes en el movimiento del 15-M. Esos ciudadanos que han tenido el mérito, no menor, de devolver el uso y la memoria a las plazas de este país, recordándoles que no por casualidad nacieron ágora, foro, plaza del pueblo.

 

Pero no solo esto, estos ciudadanos han logrado también vivificar esa famosa y tan maltratada “memoria histórica”, a partir de situarse en ella, en la historia. Y lo han hecho convocados por un malestar, por un imposible de soportar, que han elevado a la categoría de síntoma.

 

Hablando hace un momento con Amador Fernández-Sabater, decíamos que el movimiento del 15-M había tenido el efecto de una chispa que conecta. No ha sido un despertar en el sentido de que antes estuvieran dormidos, pero sí estaban desconectados y el acontecimiento ha tenido efectos de conexión.

 

A los indignados los medios les han dado ese nombre a partir de un libro. A ellos que, supuestamente según esos mismos medios, no leen. Me refiero al libro de Stephan Hessel “¡Indignaros!”. Se ha dicho que ese libro es un panfleto, a mí también me lo parece, pero a pesar de eso –porque las cosas no son planas– creo que ha tenido la virtud de plantar un significante que ha mirado directamente a mucha gente. El “indignaros” ha funcionado como una pregunta, como una interpretación: Che vuoi?, ¿qué quieres?

 

Una pregunta es, sobre todo, algo que se lee. Tiene la virtud transformadora de la lectura. Y es lo que hacen ahora estos ciudadanos: leer y leerse en la actualidad de lo que pasa. Y esto, venga lo que venga después, ya ha cambiado las cosas. Lo que importa no es solo cómo se alargará el movimiento, lo que cuenta es lo que ya ha dejado: ahora se sabe que se pueden abrir puertas y ventanas en ese muro que el sistema presenta como una pantalla cerrada y eterna.

 

Así se ha visto que la indignación está preñada de dignidad, con ella los jóvenes se han sacudido de encima los prejuicios, las etiquetas (no se interesan, no leen, se despreocupan…). Y se ha podido ver que la dignidad y la autoestima no son para nada lo mismo.

 

La autoestima es la servidumbre voluntaria del yo. Es Narciso ahogándose en su estima de sí.

 

La autoestima es la servidumbre voluntaria del yo porque es la petrificación del deseo, que implica siempre a otros. La autoestima es la propaganda del “ande yo caliente”, la promoción del goce masturbatorio. Este es el núcleo de la autoevaluación. Y por esto la evaluación mata. Mata lo más singular de cada uno, mata lo vivo: desde las poblaciones tomadas como cobayas por la industria farmaceútica hasta la deforestación del Amazonas. Y todo esto avanza impunemente mientras los ciudadanos dormimos despiertos.

 

Por esto los indignados han dicho “si no nos dejais soñar, no os dejaremos dormir”, porque el sistema quiere que todos durmamos sin sueños.

 

Para terminar, quiero dedicar un recuerdo a Jorge Semprún. Quiero recordar su última intervención en Buchenwald, en abril de 2010, cuando terminó enviando un saludo fraternal al chaval de 22 años que él había sido, luchando para que no le destruyeran sus ilusiones, sus sueños.

 

Los psicoanalistas también tenemos nuestros sueños, como es querer llevar al psicoanálisis a las puertas del siglo XXII.

 

Por eso hay que decir: No. ¡No a los ladrones de sueños!

 

Anna Aromí

 

Intervención en el Foro “Las servidumbres voluntarias”

 

Madrid 11 junio 2011

 

 

 


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