Presentación del tema del IX congreso de la

Asociación Mundial de Psicoanálisis

Jacques-Alain Miller

Buenos Aires, 27 de abril del 2012.

No los haré esperar mucho tiempo el tema del próximo congreso.

Una nueva serie de tres temas ha empezado con este congreso sobre el orden simbólico del siglo XXI. Será una serie especialmente dedicada al aggiornamento    -como se dice en italiano-, a la puesta al día de nuestra práctica analítica, de su contexto, de sus condiciones, de sus coordenadas inéditas en el siglo XXI, cuando crece lo que Freud llamó el malestar en la cultura y que Lacan descifra como los callejones sin salida de la civilización.

Se trata para nosotros de dejar detrás el siglo XX -detrás de nosotros-. Y, para renovar nuestra práctica en un mundo -el mismo bastante reestructurado por dos factores históricos, dos discursos: el discurso de la ciencia y el discurso del capitalismo-. Son los dos discursos prevalentes de la modernidad y, desde el inicio desde la aparición de cada uno, han empezado a destruir la estructura tradicional de la experiencia humana. La dominación combinada de los dos discursos, el uno apoyando al otro, ha crecido a un tal punto que esa dominación ha logrado diluir, y tal vez romper, hasta los fundamentos más profundos de dicha tradición. Eso, esos días lo hemos visto con el tremendo cambio del orden simbólico, cuya piedra angular se ha desquebrajado: es decir, piedra angular -el Nombre del Padre-, que es como lo dice Lacan con extrema precisión, el Nombre del Padre según la tradición. Y el Nombre del Padre según la tradición ha sido tocado, ha sido devaluado por la combinación de los dos discursos de la ciencia y el capitalismo.

El Nombre del Padre, famosa función clave de la primera enseñanza de Lacan, se puede decir ahora función reconocida a través de todo el campo analítico, que sea lacaniano o no. El Nombre del Padre, función clave, el mismo Lacan le ha rebajado, despreciado, en el transcurso de su enseñanza, terminando para ser el nombre del padre nada más que un sinthoma, es decir, una suplencia de un agujero. Se puede decir en este ámbito, en esta asamblea, se puede decir con un corto circuito que ese agujero colmado por el síntoma nombre del padre es la inexistencia de la proporción sexual en la especie humana, especie de los seres vivientes que hablan. Y el rebajamiento del nombre del padre en la clínica introduce una perspectiva inédita, que expresa Lacan diciendo todo el mundo delira, es loco. No es un chiste, traduce la extensión de la categoría de la locura a todos los hablantes; que todos padecen de la misma carencia de saber que hacer con la sexualidad. Apunta esa frase, ese aforismo, a lo que comparten las dichas estructuras clínicas: neurosis, psicosis, perversión. Y, por supuesto, hace temblar, sacude la diferencia neurosis y psicosis, que era hasta ahora las bases del diagnóstico psicoanalítico, y un tema inagotable de las enseñanzas.

Para el próximo congreso propongo entrar más en adelante en las consecuencias de dicha perspectiva, estudiando lo real en el siglo XXI. Esa palabra, “lo real”, Lacan hace un uso que le es propio, que no siempre ha sido lo mismo, que debemos esclarecer para nosotros mismos. Pero creo que hay una manera de decirlo que tiene una suerte de evidencia intuitiva. Para cada uno -es mucho decir eso, para cada uno de los que viven el siglo XXI, más allá de nosotros lacanianos- por lo menos una suerte de evidencia para los que han sido formados en el siglo XX, y que ahora por un cierto tiempo pertenecen al siglo XXI. Hay un gran desorden en lo real. Bien, es esa fórmula misma que propongo para el congreso de París 2014: Un gran desorden de lo real, en el siglo XXI.

Y quiero comunicarles ahora los primeros pensamientos que me provoca esa fórmula, ese título, cuya formulación encontré hace dos días. Son pensamientos arriesgados para lanzar nuestra discusión de la Escuela Una que durará dos años, no para -por supuesto- cerrar esa discusión.

El primer pensamiento que se me ocurrió al respecto, lo he acogido como estaba, es el siguiente: antaño lo real se llamaba la naturaleza. La naturaleza era el nombre de lo real cuando no había desorden en lo real. Cuando la naturaleza era el nombre de lo real se podía decir, como lo hizo Lacan, que lo real siempre vuelve en el mismo lugar. Solamente en esa época, en esa época en la cual lo real se disfrazaba de naturaleza, parecía lo real la manifestación más evidente, más elevada, del concepto mismo de orden. El retorno de lo real en el mismo lugar le opone por supuesto al significante, en tanto que lo que caracteriza al significante es el desplazamiento, la Entstellung, como decía Freud. El significante se conecta, se sustituye del modo metafórico o del modo metonímico, y siempre vuelve en lugares inesperados, sorprendiendo. Por el contrario, lo real, en dicha época cuando se confundía con la naturaleza, se caracterizaba por no sorprender, se podía esperar tranquilamente su aparición en el mismo lugar, a la misma fecha.

Lo indican los ejemplos de Lacan para ilustrar el retorno de lo real en el mismo lugar. Sus ejemplos son el retorno anual de las estaciones, el espectáculo del cielo y de los astros. Se podría decir… -eso apoyado en ejemplos en toda la antigüedad: los rituales de China utilizan por supuesto los cálculos matemáticos sobre la posición de los astros, etcétera-. Se puede decir que, en dicha época, lo real en tanto que naturaleza tenía la función del Otro del Otro, es decir, que lo real era la garantía misma del orden simbólico. La agitación, la agitación retórica del significante en el decir humano era encuadrada por una trama de significantes fijos como los astros. La naturaleza -eso mismo es su definición-, se define por estar ordenada, es decir, por la conducción de lo simbólico y de lo real, a tal punto que según la tradición más antigua, todo orden en lo humano debía imitar al orden natural. Y se sabe bien, por ejemplo, que la familia como formación natural, servía de modelo a la puesta en orden de los grupos humanos, y el Nombre del Padre era la clave de lo real simbolizado.

Los ejemplos no faltan, en la historia de las ideas, de ese papel de la naturaleza, hay tan grande abundancia y tan poco tiempo que no se descargará hoy las cosas, hay que investigar la historia de la idea de naturaleza, con la fórmula de que la naturaleza era lo real, el orden. Por ejemplo el mundo en la física de Aristóteles se ordena en dos dimensiones invariables: el mundo de arriba separado del mundo sub lunario -como se dice- y cada ser busca su lugar propio. Es así que funciona esa física, que es una tópica, es decir, un conjunto de lugares bien fijados.

Con la entrada del Dios de la creación -vamos a decir, del Dios cristiano-, el orden sigue en vigencia, en tanto que la naturaleza creada por Dios responde a su voluntad: está el orden divino, aunque no hay más la separación de los mundos aristotélicos, el orden divino que es como una ley promulgada por Dios y encarnada en la naturaleza. De ahí se impone el concepto de ley natural, y hay que ver un poco del lado de Santo Tomás de Aquino su definición de la ley natural que da lugar a una suerte de imperativo. Lo vamos a decir en latín un noli tangere, un no tocar a la naturaleza, porque había el sentimiento que se podía tocar a la naturaleza, que hay actos humanos que van en contra de la ley natural, actos de bestialidad, en particular, y en contra de eso, el no tocar a la naturaleza. Y debo decir, aunque quizás no es el sentimiento de la mayoría aquí, que considero admirable como aún hoy la iglesia católica lucha para proteger a lo real, al orden natural de lo real, en cosas de la reproducción, de la sexualidad, de la familia, etcétera. Es como… -por supuesto son elementos anacrónicos pero que testimonian de la presencia, de la duración, de la solidez de ese discurso antiguo-. Se podría decir, es admirable como causa perdida, porque todo el mundo siente que lo real se ha escapado de la naturaleza. Desde el inicio había percibido la iglesia que el discurso de la ciencia iba a tocar a lo real que ella protegía como naturaleza, pero no bastaba encarcelar a Galileo para detener la irresistible dinámica científica. Tal como lo es, no bastaba calificarla de torpitudo en latín -la avidez del provecho, de la ganancia-, para detener la dinámica del capitalismo -es Santo Tomás que utiliza la palabra latina “torpitudo” para el provecho-.

Causa perdida, Lacan decía también que la causa de la iglesia anunciaba quizás un triunfo. ¿Y por qué? Porque lo real emancipado de la naturaleza es tanto peor que se vuelve cada vez más insoportable; hay como una nostalgia del orden perdido y, aunque no se puede recuperar, sigue vigente como ilusión. Antes de la aparición misma del discurso de la ciencia se nota la emergencia de un deseo de tocar a lo real bajo la forma actuar sobre la naturaleza, hacerla obedecer, movilizar y utilizar su potencia. ¿Cómo? Antes de la ciencia -y vamos a decir un siglo antes de la aparición del discurso científico-, ese deseo se manifiesta en lo que se llamó la magia. La magia es otra cosa que el truco del escamoteador, que convocamos para distraer a los niños. Lacan la considera como tan importante que en el último texto de los escritos, La ciencia y la verdad, inscribe la magia como una de cuatro posiciones fundamentales de la verdad: magia, religión, ciencia, psicoanálisis. Cuatro términos que anticipan algo de los famosos cuatro discursos. La magia, la define como la llamada directa al significante que está en la naturaleza a partir del significante de la encantación. Uno habla -uno, el mago-, habla para hacer hablar a la naturaleza, para perturbarla, y eso es ya infringir el orden divino de lo real, de tal manera que se persiguió a los magos, en tanto que magia era como brujería. Pero esa magia, la moda de la magia, era como la expresión de un anhelo hacia el discurso científico. Eso ha sido la tesis de la erudita Frances Yates, que considera que el hermetismo preparó al discurso científico. Y es un hecho histórico que Newton, él mismo, fue un distinguido alquimista; escribió sobre él Keynes, el economista, diciendo que había pasado más años Newton en la alquimia que en las leyes de la gravitación -digo eso como cosas para estudiar, ese ramo de la historia de la ciencia-. Pero seguiremos más bien a Alexandre Koyré que insiste sobre la diferencia: la magia hace hablar a la naturaleza cuando la ciencia la hace callarse. Magia es encantación o purgación retórica, con la ciencia uno pasa de la palabra hacia la escritura conforme al dicho de Galileo: la naturaleza está escrita en lenguaje matemático. Hay que recordarse que al extremo final de su enseñanza Lacan no dudaba en preguntarse si el psicoanálisis -cuando ya no tenía la ambición de volver científico el psicoanálisis-, se preguntaba si el psicoanálisis no sería una suerte de magia; lo dice una vez, pero es un eco que considerar. Con eso empieza por supuesto una mutación de la naturaleza y la podemos expresar con el aforismo de Lacan “hay un saber en lo real”; esa es la novedad, algo es escrito dentro de la naturaleza.

Se continuó hablando de Dios y de la naturaleza, pero Dios no era más que un sujeto supuesto saber, un sujeto supuesto al saber en lo real. La metafísica del siglo XVII describe un dios del saber que calcula, dice Leibniz, o que se confunde con ese cálculo, dice Spinoza. En todos los casos se trata de un dios matematizado. Diré que la referencia a dios ha permitido, velándole de la vieja ilusión de dios, el pasaje del cosmos finito al universo infinito. Con el universo infinito de la física matemática, la naturaleza desaparece; se vuelve solamente una instancia moral, con los filósofos del siglo XVIII, con el universo infinito la naturaleza desaparece, y empieza a develarse lo real.

Bueno, pero me he interrogado sobre la fórmula hay un saber en lo real. Sería una tentación decir que el inconsciente está a ese nivel. Al contrario, la suposición de un saber en lo real me parece un último velo que hay que levantar. Si hay un saber en lo real, hay una regularidad y el saber científico permite prever, está orgulloso de prever, en tanto que eso demuestra la existencia de leyes; y no se necesita un enunciador divino de esas leyes para que sigan vigentes. Y es a través de esa idea de leyes que se ha mantenido la vieja idea de la naturaleza en la expresión misma las leyes de la naturaleza.

Einstein como lo nota Lacan, se refería a un dios honesto que rechaza todo azar. Era su manera de oponerse a las consecuencias de la física cuántica de Marx Planck; era, en Einstein, una tentativa de retener el discurso de la ciencia y la revelación de lo real. Poco a poco la física ha debido dar lugar a la “incertidumbre” -entre comillas-, como al azar; es decir, a más bien un conjunto de nociones que amenazan el sujeto supuesto saber. No se ha podido tampoco hacer equivalentes lo real y la materia; con la física subatómica, los niveles de la materia se multiplican y, vamos a decir, el la de la materia, como el la de la mujer, se desvanece. Quizás puedo arriesgar aquí un corto circuito con respecto a la importancia de las leyes de la naturaleza se entiende el eco tremendo que debería tener el aforismo de Lacan “lo real es sin ley”, eso es la fórmula que da testimonio de una ruptura total entre naturaleza y real. Es una fórmula que corta decididamente la conexión entre la naturaleza y lo real. Ataca a la inclusión del saber en lo real que mantiene la subordinación al sujeto supuesto saber. En el psicoanálisis no hay saber en lo real, el saber es una elucubración sobre lo real, un real despojado de todo supuesto saber -por lo menos es lo que Lacan inventó como noción de ese real, hasta el punto de preguntarse si eso no era su síntoma, si eso no era la piedra angular que hacía tener, lo que mantenía la coherencia de su enseñanza-. Lo real como sin ley parece impensable, es una idea límite. Quiere, primero, decir que lo real es sin ley natural; todo -por ejemplo-, todo lo que había sido el orden inmutable de la reproducción está en movimiento, en transformación. Que sea el nivel de la sexualidad, o de la constitución del ser viviente humano, con todas las perspectivas que aparecen ahora, en el siglo XXI, de mejorar a la biología de la especie. El siglo XXI se anuncia como el gran siglo del bioengineering, que dará ocasión a todas las tentaciones del eugenismo. Y ya la mejor descripción de lo que experimentamos ahora con evidencia, sigue la que Karl Max ha dado en su Manifiesto comunista de los efectos revolucionarios del discurso del capitalismo      -sobre efectos revolucionarios sobre la civilizaciones-. Me gustaría leer algunas frases de Marx que ayuden a una reflexión sobre lo real :

La burguesía no puede existir si no a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, con ellos, todas las relaciones sociales; hay una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud en movimiento constante. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas -la mejor expresión, de la ruptura con la tradición-. Todo lo sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado es profanado.”

Diré que el capitalismo plus ciencia se combinan, se han combinado para hacer desaparecer a la naturaleza y lo que se queda, del desvanecimiento de la naturaleza, lo que se queda, es lo que llamamos lo real, es decir, un resto. Y, por estructura, desordenado. Se toca lo real de todas partes, según los avances del binario capitalismo-ciencia, de manera desordenada, azarosa sin que se pueda recuperar una idea de armonía.

Hubo un tiempo, cuando Lacan enseñaba el inconsciente como un saber en lo real, cuando lo decía estructurado como un lenguaje. Y en esta época buscaba leyes, las leyes de las palabras a partir de la estructura del reconocimiento en Hegel “reconocer para ser reconocido”, las leyes del significante, la relación de causa y efecto entre significante y significado, en metáfora y metonimia. También lo presentaba, lo ordenaba a ese saber en grafos, bajo la preeminencia del Nombre del Padre en la clínica y el ordenamiento fálico de la libido. Pero ya se abrió a otra dimensión con lalengua, en tanto que hay leyes del lenguaje, pero no hay ley de la dispersión y de la diversidad de las lenguas. Cada lengua está formada por contingencia, por azar. En esa dimensión, el inconsciente tradicional   -para nosotros el inconsciente freudiano-, nos aparece como una elucubración de saber sobre un real. Vamos a decir una elucubración transferencial de saber, cuando se superpone a ese real la función del sujeto supuesto saber, que se presta a encarnar otro ser viviente. El inconsciente sí se puede poner en orden, en tanto que discurso, pero solamente en la experiencia analítica. Diré que la elucubración transferencial consiste en dar sentido a la libido, que es la condición para que el inconsciente sea interpretable. Supone una interpretación previa, es decir, que el inconsciente mismo interpreta, eso lo he desarrollado antaño.

¿Qué interpreta el inconsciente?

Para poder dar respuesta a esa pregunta hay que introducir un término, una palabra, esa palabra es lo real. En la transferencia se introduce el sujeto supuesto saber para interpretar a lo real. Desde ahí se constituye un saber no en lo real, sino sobre lo real. Aquí ubicamos el aforismo “lo real no tiene sentido”, el no tener sentido es un criterio de lo real, en tanto que es cuando uno ha llegado a lo fuera de sentido que puede pensar que ha salido de las ficciones producidas por un querer decir. Lo real no tiene sentido, es equivalente a lo real no responde a ningún querer decir; se le da sentido, hay donación de sentido, a través de una elucubración fantasmática. Los testimonios del pase, esas joyas de nuestros congresos, son relatos de la elucubración fantasmática de uno, y de cómo se expresa y se deshace la experiencia analítica para reducirse a un núcleo, a un pobre real que se desdibuja como el puro encuentro con lalengua y sus efectos de goce en el cuerpo. Se desdibuja como un puro shock pulsional. Lo real, entendido así, no es un cosmos, no es un mundo, tampoco un orden: es un trozo, un fragmento asistemático, en tanto que separado del saber ficcional que se produjera a partir de ese encuentro. Y ese encuentro de lalengua y del cuerpo no responde a ninguna ley previa, es contingente y siempre aparece perverso -ese encuentro y sus consecuencias-, porque ese encuentro se traduce por un desvío del goce con respecto a lo que el goce debería ser, que sigue vigente como sueño.

Lo real inventado por Lacan no es lo real de la ciencia, es un real azaroso, contingente, en tanto que falta la ley natural de la relación de los sexos. Es un agujero en el saber incluido en lo real. Lacan ha utilizado el lenguaje matemático,   -que es lo más favorable a la ciencia-, en las fórmulas de la sexuación por ejemplo, ha tratado de captar los callejones sin salida de la sexualidad en una trama de lógica matemática. Y eso ha sido como una tentativa heroica de hacer del psicoanálisis una ciencia de lo real como es la lógica. Pero eso no se puede hacer sin encarcelar el goce en la función fálica, en un símbolo; implica una simbolización de lo real, implica referirse al binario hombre-mujer como si los seres vivientes pudieran estar repartidos tan nítidamente, cuando ya vemos en lo real del siglo XXI un desorden creciente de la sexuación. Ya eso es una construcción secundaria que interviene después del choque inicial del cuerpo con lalengua, que constituye un real sin ley, sin regla lógica. La lógica se introduce solamente después, con la elucubración, el fantasma, el sujeto supuesto saber y con el psicoanálisis.

Hasta ahora, bajo la inspiración del siglo XX, nuestros casos clínicos tal como los expresamos son construcciones lógico-clínicas bajo transferencia. Pero la relación causa-efecto es un prejuicio científico apoyado en el sujeto supuesto saber. La relación causa-efecto no vale al nivel de lo real sin ley, no vale sino con una ruptura entre causa y efecto. Lacan lo decía como chiste: si uno entiende como funciona una interpretación, no es una interpretación analítica. En el psicoanálisis tal como Lacan nos invita a practicarlo, se experimenta la ruptura del vínculo causa-efecto, la opacidad del vínculo, y es por eso que hablamos de inconsciente. Voy a decirlo de otra manera, el psicoanálisis transcurre al nivel de lo reprimido, y de la interpretación de lo reprimido gracias al sujeto supuesto saber.

Pero en el siglo XXI se trata para el psicoanálisis de explorar otra dimensión, la de la defensa contra lo real sin ley y sin sentido. Lacan indica esa dirección con su noción de lo real, tal como Freud con el concepto mitológico de la pulsión. El inconsciente lacaniano, el del último Lacan está al nivel de lo real -vamos a decir, por comodidad-, debajo del inconsciente freudiano. De tal manera que, para entrar en el siglo XXI, nuestra clínica deberá centrarse sobre el desbaratar la defensa, desordenar la defensa contra lo real. Ya el inconsciente transferencial en un análisis es una defensa contra lo real. Y en el inconsciente transferencial sigue vigente una intención, un querer decir, un querer que me digas, cuando el inconsciente real no es intencional; se encuentra bajo la modalidad del “así es”, que, se puede decir, es como nuestro “amén”.

Varias preguntas se abrirán para nosotros en el próximo congreso, la redefinición del deseo del analista, que no es un deseo puro -como dice Lacan-, no una pura metonimia infinita sino, así nos aparece, el deseo de llegar a lo real, de reducir el otro a su real, y de liberarle del sentido. Agregaré que Lacan inventó el representar a lo real como nudo borromeano, nos preguntaremos qué vale esa representación, a qué nos sirve ahora. A Lacan le sirvió ese nudo para llegar a esa zona irremediable de le existencia cuando uno no puede más nada para dos. La pasión por el nudo borromeano, condujo a Lacan en la misma zona que el Edipo en Colona, cuando ahí se presenta la ausencia absoluta de caridad, de fraternidad, de cualquier sentimiento humano: ahí nos lleva la búsqueda de lo real despojado de sentido. Gracias.

Desgrabación y corrección:

María Cecilia Antonakakis y Gabriel Vulpara

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